El problema de la vida, dice Rémi Brague, es fundamentalmente metafísico.
Es probable que la mención a la «metafísica» provoque una sonrisa irónica o un encogimiento de hombros en la actual sociedad bienpensante. Es más, si visitamos una librería en la que alguna de sus estanterías lleve el rótulo «metafísica», probablemente se encuentren en ella, junto a algunos tratados de Aristóteles, Kant o Tomás de Aquino, varias guías sobre el poder de los cristales o de los chakras. Así pues, parecería que estamos ante un tema un tanto marginal, que debe quedar circunscrito al mundo académico especializado y que, si nos lo tomamos demasiado en serio, nos acabará sacando del mundo real y llevando a un etéreo mar de sueños. En una palabra, mejor considerarlo como algo irrelevante, ¿verdad?
Gran error, afirma Brague.
Lo que el autor nos ofrece aquí, con su combinación característica de erudición e ingenio, no es la narración de una decadencia ni el lamento nostálgico respecto del mundo del pensamiento de una época ya pasada, sino un resumen comprensivo de algunas de las principales tensiones de los fundamentos filosóficos de la modernidad, en su esfuerzo continuo por tomársela «más en serio de lo que se toma a sí misma», para exponer sus fundamentos ocultos y llevarla a sus conclusiones lógicas.
Mostrar que la vida vale la pena y que es un bien que ningún otro bien puede igualar, tal es la tarea de la metafísica. Y Brague nos ayuda a entenderla.