El capítulo central de la filosofía primera es hoy la recepción verdaderamente crítica del pensamiento de Martin Heidegger. A esta tarea se han dedicado, desde perspectivas diversas, sobre todo, tanto Michel Henry, con su obra capital, La esencia de la manifestación, y Emmanuel Levinas, con su texto más logrado, Totalidad e infinito.
El objetivo perseguido por ambos puede resumirse en intentar liberar a la filosofía primera de todo planteamiento trascendentalista, para volver a entenderla como ontología, o para volver a entenderla como ética. Siempre vista desde la diferencia, pero no precisamente tal como la comprendía Heidegger. Mientras que la filosofía trascendental se limita a señalar condiciones de posibilidad lógicas o subjetivas, la ontología busca acceder al ser mismo como última condición, y la ética, a la alteridad radical de mismo y otro.
En este sentido, la originalidad de Henry consiste en comprender al hombre mismo, a la vida en él, no como un ente en el interior del horizonte del ser, sino como la esencia misma, el ser mismo. La verdad más originaria soy yo mismo, mi carne subjetiva misma. El hombre no se hunde en el océano de la sustancia, ni en el de la historia del espíritu absoluto, ni en el acontecimiento impersonal del ser. No tiene ya que temer la disolución de su existencia en sistema alguno. Es vida en la Vida.