Desde que la filosofía occidental, a partir de Grecia, se impuso como finalidad el conocimiento racional de la verdad, la tradición europea se apartó definitivamente de la sabiduría como experiencia vital. A través de este libro iluminador, el filósofo y sinólogo François Jullien se obliga a volver a dar consistencia a la antigua vía de la sabiduría, abriendo una posibilidad al pensamiento distinta a la que ha desarrollado la filosofía. En China, donde no se erigió el edificio de la ontología, el sabio, como se ha dicho de Confucio, no tiene ideas, ni prejuicios, puesto que parte del supuesto de que toda idea es ya algo que se superpone a la realidad. Por eso desconfía de las ideas, no quiere atarse a ellas, porque no sólo nos distancian de las cosas, sino que además, al fijar y codificar el pensamiento, lo vuelven demasiado parcial, lo privan de su disponibilidad. De ahí que el sabio chino quiera mantener la mente totalmente abierta, para aprehender la realidad tal como se presenta, así, por sí misma, e intentar captarla como un sonido emitido. No se trata por tanto de conocer definiendo los objetos, sino de tomar consciencia del fondo de inmanencia que dispensa lo evidente: aquello que, precisamente por tenerlo siempre ante los ojos, no vemos, no alcanzamos a ver.