Pretende este libro situar (o resituar) el espacio Frank Tashlin en el lugar que le corresponde en el doble terreno del análisis fílmico y de la historia del cine, a la par que reflexionar sobre la obra conjunta de dos cineastas (el propio Tashlin y Jerry Lewis) que no han dispuesto en las últimas décadas de la atención -ni la fortuna- crítica que sin duda merecieron por sus valores y su alcance artístico. La política de autores ha situado a otros directores del Hollywood clásico de los grandes estudios, como Ernst Lubitsch, Howard Hawks, Billy Wilder, Frank Capra, Mitchell Leisen o Preston Sturges, en el Olimpo de la comedia cinematográfica, y lo mismo ha ocurrido con otros coetáneos como Stanley Donen, Gene Kelly, Blake Edwards o Vincente Minnelli. Pero el cine de Tashlin reunió no poca reputación en la época de su realización (más en Europa que en los propios Estados Unidos, eso sí), ya fuera por sus sátiras a la masculinidad en las películas con Jayne Mansfield, por el mayor gancho popular del propio Jerry Lewis o por el (discreto) atractivo en su momento de Bob Hope o Doris Day. Pero su filmografía consta de títulos tan divertidos y valiosos como Las tres noches de Susana, Artistas y modelos, Loco por Anita, Una rubia en la cumbre, Una mujer de cuidado, Caso clínico en la clínica o Lío en los grandes almacenes. Tashlin ha suscitado los elogios de Jean-Luc Godard, Robert Benayoun, Peter Bogdanovich, Jonathan Rosenbaum o Robert Zemeckis, y puso de acuerdo a las revistas francesas Cahiers du cinéma y Positif. Ácido, destructor, siempre corrosivo, su humor consiguió describir la América de 1951 a 1968 como un enorme sanatorio frenopático y a sus habitantes como seres enloquecidos y alienados obsesionados por el consumo, el sexo, el dinero y el poder.