A propósito del aborto, hablamos sin atender y, si llega el caso, nos agredimos. Es hora de no olvidar lo esencial. Porque defender la vida oculta de un prenacido no debe estar por encima de respetar la vida del real contertulio que discrepa de nosotros.
El absolutismo y la intransigencia han escrito crueles páginas de nuestra historia. Luego, con el tiempo, descubrimos que lo defendido no fue la verdad sino espejismos. ¡Demasiadas veces!
Vida es confiar en el otro, dialogar, entenderse, acordar. Pero es vieja y testaruda la tendencia a encapsularnos en el error o la maldad. La vida se hace armonía y progreso cuando busca la verdad incansable y humilde desde la razón, la experiencia y el saber del corazón.
Vida es escuchar y valorar la verdad del otro venga de donde viniere, no negarla y silenciarla.
Por la verdad -¿qué verdad?- hemos matado muchas veces, sin dejar que la vida naciera en el común buscar. Y la abortamos.
Hay muchas vidas nacidas, adultas físicamente, pero que espiritual y éticamente quedaron frustradas, sin lograr las metas de convivencia que nos corresponden y nos habrían hecho más fraternos, responsables y felices.