“Hasta que el surrealismo hiciera una voluntaria incursión en el terreno del inconsciente, la poesía que pretendía ser ‘disparatada’ no parece haber sido muy corriente. Eso no hace sino incrementar mi admiración por Edward Lear, quien fue uno de los primeros escritores en tener por tema la pura fantasía, con países imaginarios y palabras inventadas, que expresa una suerte de simpática locura…”, así escribe George Orwell en el epílogo a este libro.
La energía que mueve los textos de este Disparatario es, por supuesto, el humor. Ese humor que, en Inglaterra, pasa tradicionalmente por el nonsense, el sinsentido, al que, después de Lear, también recurrió Carroll para, como él, ridiculizar la lógica por medio de la lógica. La simple técnica de Lear —la enunciación monda y lironda del disparate— le llevó al hallazgo literario del limerick, composición de cinco versos en los que el poeta desafía todo esteticismo, toda convención. El limerick adquiere su plenitud con el dibujo que lo acompaña. Al dignificar así el garabato, que adquiere categoría artística, Lear inicia toda una escuela de dibujantes que hoy ha llegado a su apogeo, sin por ello conocer su origen.
Aldous Huxley, al elogiar las fantasías de Lear como una especie de afirmación de la libertad, señaló que ese “ellos” recurrente en los limericks representan el sentido común, la legalidad y, en general, las más aburridas virtudes de los ciudadanos sobrios, tocados de sus sombreros hongos.