Aunque muchos lo afirman, no es seguro que el cerdo fuese el primer animal que se domesticó; lo que sí es cierto es que, desde el primer contacto con el hombre, le dio muy buenos resultados alimentarios. A menudo, se repite una frase que asegura que del cerdo se aprovecha todo y, como todos los tópicos, tiene una gran parte de realidad.
Le debemos mucho, porque fue la fuente de proteínas gracias a las cuales sobrevivieron nuestros antepasados durante muchas generaciones. Su carne era básica en la alimentación de un pueblo que fue históricamente rural, y para el que sus chacinas constituyeron la parte noble de sus ollas, pucheros, potes y marmitas. Estos ingredientes se convirtieron, así, en la referencia de calidad de cocidos, potajes y otros referentes de nuestra cocina tradicional, que se ennoblecía en fiestas y celebraciones con algo más de tocino y, en especiales ocasiones, de chorizo o de un hueso de jamón.
El cerdo ibérico es un bendito anacronismo. Es un animal de otra época que todavía subsiste y estamos empeñados en que perdure, para que lo puedan conocer nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Con "Gastronomía del cerdo ibérico. El mito, la cocina... y hasta sus andares" le rendimos nuestro más sincero y sabroso homenaje.