El epigrama, nacido como inscripción en una lápida o en un objeto votivo, y cuyos primeros testimonios datan del siglo VII a.C., fue evolucionando hasta convertirse en un género poético independiente, caracterizado por la brevedad y la concisión. Su ámbito principal de realización fue el del «symposium», lugar donde "les gustaba a los antiguos improvisar bromas alrededor de la bebida". En el siglo I d.C., el subgénero alcanza su esplendor de manos de autores griegos que vivían en ambiente romano. Los temas sobre los que desatan su ingenio y sus burlas son los defectos físicos y morales. Así, se nos presentan con detalle, aunque desde una perspectiva deformada, los personajes y las costumbres de la sociedad griega de la época.
Dada su naturaleza, el epigrama desde sus inicios necesitó de la antología para su transmisión escrita. Tenemos testimonios de diversos tipos de colecciones:
de autor, de tema, de epigramas inscripcionales o literarios, desde el siglo IV a.C. De entre todas ellas, las más importantes fueron la «Guirnalda» de Meleagro,
del siglo I a.C., la de Filipo, de mitad del siglo I d.C., el «Anthologium» de Diogeniano, de finales del siglo I d.C., y el «Ciclo» de Agatías, del siglo VI d.C. Estas colecciones, mezcladas y reelaboradas con otras, nos han llegado a través de dos códices: el «Codex Palatinus» 23, del siglo X, con quince libros, y el «Codex Marcianus» 481, de 1301, cuyo autor, Máximo Planudes, incluyó 395 poemas nuevos, que en las ediciones modernas aparecen como libro XVI de la «Antología
Griega» (conocida más habitualmente como «Antología Palatina»).