Harto familiares nos son los textos clásicos cuyas traducciones nos hablan en un lenguaje extraño y anticuado, reforzado a su vez por centurias de aclaraciones eruditas. Esta práctica, que podría ser disculpable en la prosa de los tratados científicos de la antigüedad, en Catulo se convierte poco menos que en atentado. El carácter ocasional y aparentemente espontáneo de gran parte de sus poemas y el vigor que en ellos imprime a sus pasiones pierden en nuestra lengua toda su fuerza si la traducción consiste en la pura y simple transmisión de un contenido, revestido, las más de las veces, de una mojigatería absolutamente extraña de lo original.