«De los árboles se obtiene el aceite de oliva, que relaja los miembros, el vino, que restituye las fuerzas, y, en definitiva, tantas y tantas delicias que se producen por el paso natural de las estaciones; y por más que para aderezar nuestras mesas haya que habérselas con fieras y se nos antojen peces alimentados con cadáveres de náufragos, a pesar de todo, la fruta sigue siendo todavía nuestro postre. Son incontables, por otra parte, los servicios que prestan, sin los que no se podría vivir». Así dice Plinio en las primeras páginas de este volumen, que recoge los libros XII-XVI de su Historia natural. Tratan, efectivamente, sobre los árboles, incluyendo la vid entre ellos.
A Plinio le interesa destacar en qué momento se introduce su cultivo en Roma, especialmente el de los frutales; cuándo comienzan a llegar productos de lujo importados de tierras lejanas, como el azúcar o la pimienta; cuál es la utilidad de los árboles en la alimentación o en diferentes industrias, desde la perfumería hasta la elaboración del papiro para la escritura, y, sobre todo, qué función institucional desempeñaban en la vida social, política y religiosa de Roma. El punto de vista que adopta del lector actual.