Desde mediados del siglo pasado, la importancia de la cultura científica, y su necesaria presencia entre la ciudadanía para un adecuado manejo de los asuntos públicos se ha ido convirtiendo en una realidad comúnmente aceptada. Comprender y gestionar esta realidad es algo que requiere de esfuerzo político. Pero también de apoyo público y de una masa social crítica que emane de la ciudadanía y permita que las medidas a adoptar sean adecuadas y eficientes. Por otra parte, nuestra vida cotidiana ha mudado hacia una serie de necesidades y decisiones que requieren de la comprensión profunda del fenómeno científico y tecnológico. Por ello, la cultura científica ha de dejar de ser entendida, en su versión más tradicional, como mera alfabetización; en cambio, debe integrar y acomodar aspectos comportamentales y actitudinales, además de los puramente cognitivos.