Verano de 1582. Oda Nobunaga, el primero de los "tres grandes unificadores" de Japón estaba cerca de lograr lo imposible, acabar con el terror y la desesperación causada por las luchas intestinas que habían devastado el país del Sol naciente durante generaciones. Solo había un camino, someter a los señores de la guerra bajo una única autoridad. No era el mejor momento para que los primeros occidentales alcanzaran el extremo Oriental de la tierra, pero los jesuitas estaban decididos a extender la palabra de Dios frente a cualquier adversidad. La máxima autoridad de aquellos misioneros era Alessandro Valignano, cuya llegada a Nagasaki jamás olvidarían sus gentes. Le seguía un extraordinario ser cuya estatura, fuerza y color de piel asemejaban los de un dios. La mayoría de japoneses jamás habían visto a un africano en su vida, mucho menos conocían su patria, Mozambique, y muy pronto su presencia atrajo la atención de Nobunaga. Esta es la historia de Yasuke, el sirviente de Valignano, cuyo verdadero nombre quizá no conozcamos jamás.