Los hermanos Van Gogh mueren con apenas seis meses de diferencia. En julio de 1890 se suicida Vincent, y en enero de 1891, tras una lenta agonía, marcada por el duelo y un atisbo de locura, se apaga Théo. Había defendido con furia los cuadros de su hermano, de los que era legatario.
Es entonces cuando Johanna Van Gogh Borges, viuda de Théo, 28 años, con un hijo que aún no ha dado sus primeros pasos, comienza a leer la correspondencia entre los hermanos. Poeta, estudiosa de Percy Shelley, simpatizante con el incipiente movimiento feminista e investigadora del Museo Británico, Johanna recupera parte de las telas de su cuñado que habían quedado abandonadas en París y organiza una primera muestra del pintor en Holanda.
Su vida cambia entonces de rumbo. Y, de algún modo, la nuestra también. Siguiendo los consejos que encuentra en la correspondencia del propio Vincent Van Gogh, lentamente y con esfuerzo, rescata una obra que tenía destino de olvido... y que llegó a lo más alto.