Conocí a Amelia Breman cuando era una novicia del convento de las Siervas de Jesús y María en Zaragoza. Años más tarde, y, tras dejar el convento, Amelia se convirtió en una psiquiatra especialista en conductas que coopera con los juzgados y la policía y que ha protagonizado algunos casos criminales de difícil solución y bastante impacto mediático.
El fúnebre apellido de la amiga de Amelia, Beatriz Skeleton (Esqueleto), corresponde al de su marido americano Stanley Skeleton, con el que se casó a sus tiernos diecinueve años y del que enviudó cinco felices años más tarde. A esa felicidad ayudó, siquiera fuese ligeramente, el hecho de que la fortuna Skeleton de esquelética no tenía nada, ya que figuraba entre las cien primeras del ranking mundial.
Bea y Amelia colaboraban en una ONG, y ambas coincidieron, en el verano del 83, en un campamento de miseria y horror en el Sudán. Allí vivieron unas dramáticas jornadas que las marcaron profundamente y las unieron, seguramente, para siempre. A la muerte de su marido, Beatriz volvió a España y siguió con su dedicación a los desfavorecidos. Igual que Amelia, aunque a esta la mueva su caridad cristiana, lo que motiva las continuas chanzas, pullas y denuestos de Bea, atea integral y militante.
En esta novela les contamos, con la mayor concisión, no la primera investigación de Amelia en el tiempo, sino la primera que se edita. Nuestra intención es seguir con las demás, según dicte su benévolo juicio e interés, queridos lectores.
Estamos en el verano de 1999; Amelia y Bea van a pasar unos días en un hotel de lujo y descanso, alejado de todo. Amelia ha terminado uno de sus ensayos sobre comportamiento criminal que ha titulado Capaces de matar y que sostiene la tesis de que «todos somos capaces de matar, lo que no significa que seamos malas personas».