Las emociones consideradas conflictivas por nuestra sociedad son, en realidad, valiosas señales que remiten a problemas latentes.
Así, el miedo señala una desproporción entre una amenaza y los recursos con que se cuenta para resolverla; la ira es el resultado de un deseo frustrado por algún obstáculo, y el sentimiento de culpa indica que hemos transgredido alguna norma de nuestro código moral. Solo si aprendemos a interpretar correctamente la información que nos aportan estas emociones «negativas», podremos aprovecharlas para localizar los problemas subyacentes y empezar a actuar para solucionarlos.