Aunque suene raro, David Meca odiaba nadar cuando era pequeño. En realidad, es normal que así fuera: con cinco años comenzó a nadar, y a muy temprana edad sus padres le levantaban a diario de madrugada, incluso en invierno, para llevarle a entrenar a la piscina antes de ir al colegio.
No lo hacían para convertirle en un deportista de élite, sino porque tenía un montón de problemas físicos y los médicos les habían aconsejado que practicara natación. Tenía la espalda desviada, llevaba hierros en las piernas, padecía asma y tenía problemas de oídos y anginas. Para colmo, no tenía dientes debido a la fuerte medicación que le daban, y los pocos que tenía, los de leche, eran negros y malformados.
Sin embargo, aquel niño enclenque con los años llegaría a ser, según el Tomo x de la Federación Internacional de Natación, «el mejor nadador internacional de larga distancia de todos los tiempos». Por eso, cuando escucha a un aguafiestas decirle a alguien que él no puede, que la vida es así y nada va a cambiar por mucho que se esfuerce, David le invita a responder con contundencia que no es cierto. Que sí se puede. Que él sí pudo.
Hay muchos casos que demuestran que es posible cambiar y superar adversidades. David Meca es uno de ellos. Él superó sus problemas físicos, superó el miedo a los tiburones que inspiraban sus pesadillas infantiles, superó una falsa acusación de dopaje y llegó a lo más alto. Ésta es la historia de una vida de éxito, o lo que es lo mismo: una vida de esfuerzo.