La propia vida potencia, disciplina, ennoblece y clarifica al guerrero, que debe aprender a mirar más allá de las burdas apariencias y a captar la última realidad que todo lo anima. La vida es para el guerrero espiritual un aprendizaje y desaprendizaje para volver a aprender. Se desestructura para estructurarse en una dimensión más elevada y se desorganiza anímicamente para organizarse en un nivel más integrado, donde imperarán la consciencia clara, la felicidad interior, la ecuanimidad, el esfuerzo consciente, el sosiego y la lucidez. El guerrero actúa, pero no se altera; hace, pero no se tensa; es diligente, pero no se ansía. Aprende a ver con serenidad y a contemplar sin afectación, libre de prejuicios y, por tanto, de condicionamientos que estancan la energía y embotan la consciencia, frenando el ulterior desarrollo interior. « menos