Mis credenciales no son las que normalmente respaldan este tipo de libros, pues no cuento con ningún título. Soy en toda la extensión de la palabra, un autodidacto, cuyo trabajo experimental dependería de la estética y el arte. En este sentido, al contrario de la pragmática valoración del arqueólogo, el artista, goza de resortes más imaginativos para descubrir cosas. Éste es mi caso, donde el objeto gnoseológico había sido reducido por los arqueólogos a la peyorativa idea de «cultura de lascas», cuando, muy por el contrario, dicha cultura era contenedora de la «hermenéutica abstracción» que gestó al hombre moderno: « El Arte sobre sílex!» Por otro lado, contar con el aval de los arqueólogos es tan impensable como el hecho de que lleguen a reconocer: que unos 800.000 años de Arte sobre sílex hayan pasado inadvertidos para ellos. En el fondo, el problema «fenomenalista de abstracción» no concernía a la Ciencia, sino al ámbito particular «indéxico» del Arte. Lógicamente, las alternativas intuiciones del artista han resultado ser tan indispensables como decisivas. Además: ¿Dónde se iban a encontrar las claves del hombre de la Edad de Piedra sino en la Piedra!? El tiempo invertido en la realización de este libro supera los 19 años. El trabajo ha sido arduo, y tanto la prospección como el análisis de las piezas, las fotografías y los gráficos, la clasificación y los escritos, donde me he impuesto la DUDA como guía correctora, me han obligado a constantes y profundas rectificaciones. En efecto, sin esta premisa cardinal, donde una y otra vez me he visto forzado a revisar el material arqueológico, no hubiese llegado demasiado lejos. Un proceso e identificación que se me han ido revelando con una gran intensidad vivencial, ya que, finalmente, creo haber conseguido materializar una de las intuiciones que aportan más Verdad a la existenciaria problemática Humana. Soy muy consciente de que el presente libro, comparado con la hermenéutica que entraña el Arte sobre sílex, es algo cuantitativa y cualitativamente parcial. Ahora bien, la gran apertura de luces que condensa, supera con creces las contradictorias ideas que han imperado en la Arqueología y la Antropología general. Aunque casi muda en su subliminal concepción, la Génesis del arte es de una magnitud tan sorprendente como esclarecedora: «Pues se constituye en el "primado ontológico" que nos resuelve la "causalidad existenciaria" en la que ha estado envuelta la "organológica gestación" del Hombre». Por cuanto el Arte de la representación fue tan esencial al Hombre, y su ansia de futuro era tan fuerte, que su profundo y remoto eco ha llegado hasta nuestros días. La razón es la siguiente: la perennidad del material tiene su legítima procedencia en la Naturaleza; mas una vez cumplida la «integral» formación del Hombre: todo sería devuelto a la misma. Fenomenológico «desarrollo-sociocultural» que había permanecido oculto, pero que nos conduce hacia una realidad objetiva, a saber: «Cosmológica revelación que nos sitúa frente al "verdadero arte" del Hombre de la Edad de Piedra, en cuya dura materia "esculpió" la secuencia irrepetible de unas "totémicas" creaciones que superviven en nuestra memoria, y son la base de nuestra "mítica" idiosincrasia y proyección futuras». En un sentido estrictamente real, así como en Platón las «cosas» se mantienen alejadas de las ideas, en el objeto simbólico prevalece un «emergentista devenir», coincidente con las ideas de los presocráticos sobre la physis; ya que no sólo se trata de la relación 'ontológica' que Aristóteles establece entre materia y posibilidad, sino que, la materia pétrea, aparte de estar preñada de las aleatorias prefiguraciones, entraña la sustantiva causa materialis de nuestro contingente desarrollo.
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