La Bal d'Onsella es un confín solitario, apenas conocido, discreto y bello. Y es que en el valle, al albor de las cuatro estaciones, se combinan todos los elementos para modelar un paisaje prodigiosamente sobrio. Tierra, agua, cielo juegan y se confunden, muestran mil colores, crean formas insólitas y caprichosas, para regalarnos un paraje con marcada identidad. Sin estridencias, a mitad de camino entre los Monegros y la frondosidad de los Pirineos, en la Bal d'Onsella se combinan las particularidades del secano con el frescal de la montaña. Quizás por ello, porque es rico en sutilezas y matices, su paisaje no se entrega fácilmente. Requiere estar, caminarlo, abrir los ojos, resistir el frío y el calor. Bien podemos afirmar que comprenderlo y apreciarlo es una tarea ardua y paciente. Pero cuando se persevera es posible capturar algo de su milenaria esencia y descubrir el dinamismo que se esconde en el pasar del año. Los colores del silencio