En mayo de 1916 llegaron a Zaragoza 347 internados alemanes procedentes de Camerún. No eran muchos, pero llamaban la atención una barbaridad. Esos germanos, civiles y soldados, pusieron la ciudad patas arriba durante un tiempo y, al terminar la Gran Guerra, muchos consiguieron esquivar la orden de repatriación y se quedaron en el país. Fueron el germen de una colonia alemana muy influyente y unida por lazos de sangre, amistad y dinero a las élites de Zaragoza. En Soldados en el jardín de la paz , el autor rastrea parte de su historia por las calles de la capital aragonesa.