Checchina, esposa de un grosero médico romano, ve transcurrir sus días en la discreta monotonía de una apacible vida burguesa, ajena a cualquier preocupación que no sea el mantenimiento de la casa y lidiar con su incapacidad para imponerse a su criada, la beata Susanna, y a las confidencias amorosas de su amiga Isolina. Pero su aletargada feminidad irá despertando al descubrir el encanto de lo mundano a raíz de un encuentro casual con el seductor marqués d'Aragona.
En La virtud de Checchina (1883), Matilde Serao consigue que la bondad innata de su protagonista, con todos los reparos y vacilaciones que condicionan continuamente sus acciones, establezca una inmediata empatía con el lector, que no puede más que dejar escapar una sonrisa y conspirar con esta peculiar Emma Bovary italiana en la siempre postergada realización de sus deseos.