Casi todas las heroínas de los amores románticos han sido hermosas hasta agotar los adjetivos. Lánguidas tal vez. Tuberculosa alguna. Sólo Marianela es fea, sólo ella tiene «un cuerpecillo chico y un corazón muy grande». La fantasía del ciego se la imagina celestial, pero «los ojos matan» y la cruda realidad se impone. Esta historia, en que el patetismo queda suavizado con leves pinceladas de ironía y toques de humor, aún le da pie a Galdós para denunciar «el embrutecedor trabajo de las minas», «el positivismo de las aldeas», los «desiertos sociales» y «las singulares costumbres de una sociedad que no sabe ser caritativa sino bailando, toreando y jugando a la lotería».