Hace frío. El invierno ha venido para quedarse y no ha olvidado traerse consigo nieblas y heladas. Con el invierno, la ciudad se dispone a recibir también a una de sus invitadas habituales para las fiestas navideñas: la vendedora de castañas. El olor de las castañas asadas acaricia los rostros de los viandantes y algunos de ellos no resisten a la tentación y compran un cucurucho. Entonces se descubre su secreto. El trozo de papel que envuelve los sabrosos frutos todavía calientes contiene un relato inquietante que la castañera ha escrito con sus propias manos. Cuando le preguntas a ella por esa historia corta, la vendedora de castañas te regala una historia todavía más asombrosa. La vendedora de castañas es la historia de una mujer a la que una niña aborda durante las vacaciones de Navidad porque le han mandado hacer un trabajo escolar sobre un oficio antiguo. La vendedora de castañas, además, es la historia de un hombre viudo que vuelve a su ciudad natal acompañado de su hijo para hablarle por fin de lo que le ocurrió a la madre del muchacho. La vendedora de castañas, en definitiva, son las vidas de la ciudad hechas palabra, los sentimientos convertidos en caligrafía, los recuerdos transformados en brasas ahogadas por las cáscaras de las castañas. Esta historia huele a ternura, nostalgia y pérdida. Este libro sabe a fracasos y a ilusiones. Esta novela, la cuarta de su autor, trae en el cucurucho de su prosa plagada de imágenes y juegos de sentimientos, los frutos, todavía calientes, de muchas voces ansiosas por contarnos sus historias.
